miércoles, 11 de marzo de 2015

La partida de ajedrez entre Stefan Zweig y Herman Hesse




Son lugares donde el tiempo y el espacio se consumen, 
pero solo el café́ aparece en la cuenta.


Sentado sobre una elegante silla de madera curvada, barnizada de rojo, miraba detrás de la ventana; la violencia del viento y el caer de la lluvia, que llamaba en los cristales.

Cerca de mí rincón, Herman Hesse y Stefan Zweig, disputaban una partida. El ajedrez colocado encima de la mesa resaltaba por la belleza de su fina madera, con la que las piezas estaban diseñadas, representando a seres de la vida cotidiana. Herman vestía una camisa con el cuello cerrado, chaleco y un arrugado traje gris, lo contrario de Zweig que lucía aristocrático y elegante.

A mis oídos llegaron sus palabras:

Esta posición a la que hemos llegado -comentó Hesse, señalando el tablero- me evoca la quinta partida por el campeonato de ajedrez entre Emmanuel Lasker contra Carl Schlechter, cuya sede fue Viena. Es sabido que antes de iniciar esta partida, Carl quien no había comido por días, se desmaya, volviendo en si, por medio de las sales. La partida fue aplazada varios días, hasta que Schlechter, después de ser tratado de manera médica y alimentarse, se sintió repuesto.

Stefan menciono que supo del encuentro en 1910, -justo antes de que Sweig partiera a la India, mucho antes de establecerse en Salzburgo-, y a continuación dijo: la primera parte del encuentro fue en el club de ajedrez de la ciudad, así como en el bello Café Marienbrücke

A lo que Herman contesto: En 1911 intente viajar a la India en compañía de mi amigo el pintor Hans Sturzenegger pero se convirtió en un viaje a Indonesia; visitamos Penang, Singapur, Sumatra, Borneo y Burma. Tiempo después cumplí mi deseo de visitar este lugar. Mi viaje a la India se convirtió en una decepción. Tan alejada de los relatos de mi abuelo Hermann Gundert, que despertaron mi fantasía, sobre este país.

Tengo presente la noticia sobre el encuentro de estos dos ajedrecistas, que se efectuó en Viena y en Berlín. En Alemania en el Hotel de Rome. Una de las partidas, me parece que la décima, se prolongo por más de tres días. Según los diarios Schlechter necesitaba sólo un empate en la décima y última partida para ganar el título; pero combatió en busca de una victoria, Esta decisión que tan bien habla de él, lo condujo a la derrota.

Stefan dijo: este suceso me parece tema para un poema, un relato; la trama del libreto, de una obra de teatro. Carl Schlechter exteriorizaba una personalidad con la cual me identifico, le gustaba Viena; era amante de la naturaleza, del arte y de la ciencia. Su juego enunciaba la inmensidad y la simplicidad. Jugaba con su arte, como lo hace el viento con las hojas.

La creación sobrepasa el tiempo y el espacio. Pero el momento en el que se está produciendo es una incógnita. Nos hallamos ante un fenómeno extraño.

En 1910 me encontré en una joyería un broché, que no era otra cosa que un tablero de ajedrez de plata con esmalte opaco blanco y negro. Una soberbia joya. Esta creación me hizo ver una forma de arte, que no se basa en la ostentación, sino en lo extraordinario del diseño. La genialidad del artesano y la presencia de la individualidad, me hizo recordar a Schlechter.

Carl se distinga por ser un ser bondadoso, con un carácter tranquilo, amable. No importunaba a nadie con sus preocupaciones y sus inquietudes. Su sosiego se mostraba en su forma de hablar, en la serenidad de sus actos, incluso en su andar. Todo el mundo le quería. Considerado, su personalidad era callada y pacífica; generoso, brindaba su amistad a los demás; sociable, pensaba en el bien de los otros, y como un buen hijo, colmaba de amor a su madre. En 1910 Carl tenía 36 años de edad y vivía con su madre una violinista y su hermana Lena.

Fue el más fuerte representante de la escuela de ajedrez de Viena, hizo suyas las enseñanzas de Steinitz. Fue un maestro con las virtudes de un caballero; entre ellas su gran sentido del honor y de la rectitud. La humanidad y el refinamiento artístico se mostraban en su modo de vivir y de jugar. Sus juegos, como el que le dio gran fama contra Bernhard Fleissig, son fruto del arte, de una sensibilidad artística que lo encumbró. Su espíritu simboliza una era que ya desapareció.

La respuesta de Herman fue: me recuerda a un asceta que contempla la naturaleza, medita y retorna a la contemplación. Yo amo la soledad, amo el entorno; las montañas, los ríos, los lagos, los desfiladeros, el mar, el cielo, las nubes, las flores, los árboles, los animales. Suelo como lo hacía Carl, recluirme durante largas temporadas, huyendo del mundo y refugiándome en mi propio interior. Siendo como soy un soñador, un ser holgazán y fantasioso, me gusta estar en algún rincón perdido en contacto con la montaña o con la playa. La soledad para mí es independencia.

La vida apacible de la naturaleza se me ha vuelto cada vez más familiar, en ella puedo perderme completamente de vez en cuando. Por eso espero con impaciencia el comienzo de la primavera. Cuando comienza la temporada de calor y uno puede permanecer echado sobre la hierba el día entero, o medio día, siento que ha llegado mi época, y sacrificaría toda la literatura por una nube hermosa o el trino de un ave.

Una misma divinidad actúa en nosotros y en la naturaleza, y si el mundo exterior desapareciese, cualquiera de nosotros sería capaz de reconstruirlo, pues la montaña y el río, el árbol y la hoja, la raíz y la flor, todo lo creado en la naturaleza está previamente creado en nosotros, proviene del alma, cuya esencia es eternidad, esencia que escapa a nuestro conocimiento, pero que se nos hace sentir como fuerza amorosa y creadora.

Yo vivo esa oscura nostalgia por la naturaleza, por la tierra y la vegetación. Soy un santo que ama a todos los hombres, y en la práctica un egoísta, que quiere que lo dejen en paz.

Zweig interviene: He vivido los veranos más exuberantes y hermosos, con su cielo, de un azul sedoso; con el aire, dulce y sensual, los prados, fragantes y cálidos. Los bosques, oscuros y frondosos, con su joven verdor; el hermoso bosque quebrado por colinas. El cielo sin nubes sobre, los castaños y el viento entre los árboles, llenos de los trinos.

Emanuel Lasker era también un amante de la naturaleza, pasaba temporadas disfrutando los paisajes veraniegos, recorriendo el campo. Nombrar a Lasker me trae a la memoria a Albert Einstein. Los dos son grandes amigos.

A Einstein no le atrae el ajedrez, a su parecer la meta principal del juego consiste en abatir al adversario mediante la aplicación de distintos triunfos y engaños, lo cual espiritualmente le disgusta. Además revela que después de un día de trabajo, no desea pensar más, y que de tener tiempo para el ocio, y el descanso, elegiría el navegar. Albert testifica que la monotonía y la soledad de una vida tranquila estimulan la mente creativa.



 Hermann Hesse –Stefan Zweig .

Se rumorea que Lasker, únicamente para complacer a su amigo Albert invento un juego que denomino “Laska” una variedad de Ajedrez y Damas. Donde las piezas no son “comidas” sino que son hechas presas. Su liberación depende si la pieza que las ha capturado es a su vez hecha prisionera. Triunfa quien captura a la totalidad de las piezas del adversario. La idea del juego surgió en Lasker, al escuchar una conferencia del profesor de matemáticas Göttingen Edmund Landau. En 1911, en la ciudad de Berlín se produjeron para la venta al público los primeros juegos.

El Prof. Baudet un destacado ajedrecista y violinista se interesó por el juego de Lasker. Resultó que el alumno aventajó al maestro; pocas veces Lasker pudo vencer al Profesor, quien fue Presidente Fundador de la Asociación Laska en La Haya y organizó el primer torneo nacional de este juego en los países bajos. Por desgracia el profesor murió un día antes de iniciar la competencia y el certamen se suspendió. Desconozco si hubo algún otro intento por desarrollar otro concurso.

Sweig retoma al tema: Schlechter desarrollaba sus fuerzas, como lo hace la naturaleza, aparentemente sin objeto. En su juego no había lugar para trampas o los planes ocultos. El plateaba un sano desarrollo sin prisas, sin aferrarse a una idea fija. La armonía era su sello. Sus combinaciones fueron como flores silvestres, escondidas en el bosque y el mayor placer esta en dilucidarlas. En sus partidas se encuentra el arte, la música de Viena, las grandes combinaciones de los maestros clásicos y el juego posicional de los jóvenes maestros. Esta apreciación no es mía, es de Richard Reti. La enunció poco después de morir Schlechter.

El misterio de la creación artística, el estado de concentración absoluta es el elemento ineludible de toda creación, pues toda creación verdadera sólo acontece cuando el artista se halla hasta cierto grado fuera de sí mismo o en éxtasis. El ajedrez es el único juego entre los ideados por el hombre que escapa soberanamente a cualquier tiranía del azar, y otorga los laureles de la victoria exclusivamente al espíritu, o mejor aún, a una forma muy característica de agudeza mental. Una obra que no se desvanece, como una flor; que no muere, como el hombre; sino que sobrevive a nuestra época y a todos los tiempos por venir. Tiene la fuerza de durar eternamente, como el cielo y el mar.

De todos los misterios del universo, ninguno es más profundo que el de la creación. Nuestro espíritu humano es capaz de comprender cualquier transformación de la materia, pero cada vez que surge algo que antes no había existido nos vence la sensación de que ha acontecido algo sobrenatural, de que ha estado obrando una fuerza sobrehumana. No vive solo el tiempo de su existencia propia, porque lo que creó y realizó sobrepasa la existencia de todos nosotros y la vida de nuestros hijos y nietos. Ha vencido la mortalidad del hombre y ha forzado los límites en que, por lo común, nuestra vida queda encerrada inexorablemente.

¿Por qué estos artistas no nos explican la experiencia más importante de su vida? ¿Por qué no nos describen su modo de crear? La fórmula verdadera de la creación artística no es inspiración o trabajo, sino inspiración más trabajo, exaltación más paciencia, deleite creador más tormento creador.

Hesse pronuncia: Decía Goethe "No se conocen las obras de arte cuando se ven acabadas; hay que verlas también en su proceso de elaboración" Terminar la obra de "Fausto" le llevó a Goethe toda la vida. La labor del arte es ayudar a vivir.

Lasker envió una nota al New York Evening Post: "El partido con Schlechter está llegando a su fin y parece probable que, por primera vez en mi vida seré el perdedor. Si eso ocurre, un buen hombre habrá ganado el campeonato”. Lasker intuía su derrota.

Terminada la Guerra Mundial, Schlechter se encontró de una situación de bancarrota, la cual lo llevo al hambre, a la desnutrición y al agotamiento; la carencia de carbón para mitigar el frio, fue otra causa para que contrajera una neumonía, que fue la causa de su muerte ¡Como hubiese cambiado su vida el triunfar sobre Lasker y recibir la bolsa del premio!

El nombre completo de Carl, fue Carl Adalbert Hermann Schlechter. El abuelo de Carl Friedrich Wilhelm Karl Schlech, fue un dramaturgo que escribió bajo el seudónimo de “Carl Haffne” y su padre Adalbert Eduard se dedico a la música.

En el colegio Schlechter se comporto como un niño, triste, tímido y frágil. Fue un niño, enfermizo, delgado, con un tierno comportamiento. Académicamente tenía la sensación de que nunca sería tan bueno como sus condiscípulos. Había renunciado a concursar por las medallas que otorgaban -decía- los mostrencos.

A los trece años se encontró jugando al ajedrez. Su inferioridad orgánica la subsanó fortaleciendo su intelecto, desarrollo con destreza su aptitud. A los 12 Años resolvía con maestría numerosos problemas de ajedrez. Su auto valía la encontró dentro del ajedrez. Perseverante finalizo sus estudios de comercio. Aunque aquella mirada triste nunca lo abandono.

Desarrolló una preocupación social en el sentido más amplio; de cuidado por el otro, por la familia, _ en la atención a su madre y a su hermanastra_ por la comunidad, por la sociedad, por la humanidad, por la naturaleza, por la misma vida. La preocupación de ser útil a los demás.

Cuando su madre preocupada por Carl, por abandonar este su trabajo - cuyo salario significaba una entrada segura- con la finalidad de dedicarse al ajedrez, acudió al médico Samuel Gold, amigo de la familia, quien le exhibió a su hijo, los primeros problemas de ajedrez, _ después se convirtió en su maestro cuando Carl, contaba a penas con 13 años_

Ante el ruego de la madre, Samuel le recomendó, que su hijo asistiera a la consulta de su colega Alfred Adller _quien postulaba un modelo psicológico centrado en las influencias del medio social y familiar en el carácter del sujeto.

Cuenta Carl, que Adler le recibió en su consulta y le invito a sentarse enfrente de él, que el dialogo fue cordial y que Alfred no intento comportarse como una figura autoritaria y eso lo alivio. Que reino durante la charla el afecto y una disposición por escuchar y por comprender, por parte de los dos; a partir de una genuina relación humana.

Aldler expuso, que su orientación no tenía nada de vergonzoso, y, que un análisis subsecuente podría revelar los mecanismos psíquicos, que en su infancia prefijaron su complejo de inferioridad, y la confusión de sus sentimientos.

Que volvió más veces a su gabinete, -donde confirmo que su elección libidinal, no se podía determinar como una psicopatología-, que él sabía amar y cuidar como había sido amado por su madre y la valía de su decisión de dedicarse a jugar al ajedrez.

Este mirar dentro de su interior, le hizo entenderse a sí mismo. Le dio armonía y paz. Descubrió que una persona debe escoger y decidir entre varias opciones; que una persona crea su propia personalidad, su estilo de vida. Que sentía un impulso, un propósito y aguardaba conseguir dentro del ajedrez una nueva meta en su futuro. Las charlas con Aldler le confirmaron su objetivo el desarrollo de las potencialidades del ser humano y mirar al futuro con optimismo.

Carl menciono que las palabras de Adler le ilustraron: Ver con los ojos de otro, escuchar con los oídos de otro, sentir con el corazón de otro y que el psicólogo concluyó: por el momento esa me parece una definición aceptable en su forma de vivir, que yo nombro un sentimiento social.

A continuación Hesse recitó: “Dispuesto debe estar el corazón a cada llamada, de la vida para despedirse y comenzar de nuevo, para darse a otras ataduras, distintas y nuevas, sin aflicción y con valentía. Y cada comienzo lleva en sí una magia que nos protege y nos ayuda vivir”

Stefan Zweig pronunció un poema de Hesse “La verdad del árbol”

“Los árboles me han dado siempre los sermones más profundos. Los respeto cuando viven en poblaciones o en familias, en bosques o en arboledas. Pero aún los respeto más cuando viven apartados. Son como individuos solitarios. No como ermitaños que se hubieran recluidos a causa de una debilidad, sino como seres grandes y aislados, como Beethoven o Nietzsche. En sus ramas más alta susurra el mundo y sus raíces descansan en lo infinito; pero no se abandonan ahí, luchan con toda su fuerza vital por una única cosa: cumplir con ellos mismos según sus propias leyes, desarrollando su propia forma, representándose a sí mismos. Nada es más sagrado, nada es más ejemplar que un árbol fuerte y hermoso”

Cuando usted -Sweig se dirige a Hesse- menciono a Alfred; lo coligué a la escuela que fundó, después de separase de Freud, la de la psicología individual.

Adler escribió: “El estilo de vida de un árbol es la individualidad de un árbol expresándose y moldeándose en un ambiente. Reconocemos un estilo cuando lo vemos contrapuesto a un fondo diferente del que esperábamos, por lo que somos conscientes entonces de que cada árbol tiene un patrón de vida y no es solo una mera reacción mecánica al ambiente”. Aldler asumía que el hombre decide su estilo vital, y cómo maneja sus problemas, sus relaciones con la gente que le rodea. 



Viktor Tietz, Richard Teichmann y Carl Schlechter in Karlsbad 1911


Carl fue un castaño en la espesura, ese árbol símbolo de la verdad, de la generosidad, y de la justicia.

En ese momento un atronador ruido, se escuchó en la parte norte del salón, al caer sobre las ventanas del invernadero, la enorme rama de un árbol. El ruido sobresalto los corazones de quienes nos encontramos en el café, unos jugando al ajedrez, otros en amena charla. Después del alboroto, de retirar el madero, cada quien volvió a su ocio y Herman reanudó su charla:

Schlechter fue un ser considerado, recibió en su casa a Richard Reti a solicitud de su hermano el músico Rudolph Reti, cuando este contaba apenas con 12 años de edad. Al parecer jugo dos partidas con el niño. Al final comentó: “Usted jovencito me ha dado algún problema para vencerlo. Para su edad, esto es, sin duda, excepcional”.

Tercia Zweig: Carl fue un hombre ecuánime y justo. Pero me parece que esta forma desprendida de ser, actuaba a veces en contra del mismo. Schlechter quien rechazó pugnar por los premios de belleza; reflexionaba así: “Ya he ganado suficiente, dejemos algo a los demás”.

E n Carl vivía esa dualidad que nos acompaña. Su juego expresaba la tranquilidad de un juego posicional, esperando el error, pero en otras partidas, nos instruye de que está al tanto de la táctica, que es preciso desarrollar, sobre el campo de batalla, en que se trasfigura un tablero.

Hesse menciona: En nuestra existencia se tiene que ser como en el ajedrez, donde usamos las piezas que sirven en ese momento, así de acuerdo a cada circunstancia habría que utilizar diferentes personalidades.

Stefan frunciendo el seño, apunta. Me parece atrayente la propuesta, pero dentro del concepto se esconde la esquizofrenia.

Herman Hesse argumenta: Existe una idea equivocada y funesta de que el hombre sea una unidad permanente. El hombre consta de una multitud de almas, de muchísimos yos. Descomponer en estas numerosas figuras la aparente unidad de la persona se tiene por locura, la ciencia ha inventado para ello el nombre de esquizofrenia. La ciencia tiene en esto razón en cuanto es natural que ninguna multiplicidad pueda dominarse sin dirección sin un cierto orden y agrupamiento. En cambio, no tiene razón en creer que sólo es posible un orden único, férreo y para toda la vida, de los muchos sub-yos. Este error de la ciencia trae no pocas consecuencias desagradables; su valor está exclusivamente en que los maestros y educadores puestos por el Estado ven su trabajo simplificado y se evitan pensar y la experimentación.

Como consecuencia de aquel error pasan muchos hombres por “normales”, y hasta por representar un gran valor social, que están irremisiblemente locos, y a la inversa, tienen a muchos por locos, que son genios. Nosotros completamos por esto la psicología defectuosa de la ciencia con el concepto que llamamos arte reconstructivo. Al que ha experimentado la descomposición de su yo, le enseñamos que los trozos pueden acoplarse siempre en el orden que se quiera, y que con ellos se logra una ilimitada diversidad del juego de la vida. Lo mismo que los poetas, crean un grama con un puñado de figuras, así construimos nosotros con las figuras de nuestros yos separados constantemente grupos nuevos, con distintos juegos y perspectivas, con situaciones eternamente renovadas.

Fue entonces que pasó algo mágico. Hesse, cogió las figuras del ajedrez, las figuras que encarnaban a los ancianos, a los jóvenes, a los niños y las mujeres, a la nobleza. Todas las piezas; las alegres, las tristes, las vigorosas y las débiles, las ágiles y las pesadas; las ordenó con rapidez sobre el tablero formando una combinación, en la que aquellas se reunían al punto en grupos y familias, en juegos y en luchas, en amistades y en bandos enemigos, reflejando el mundo en miniatura. Ante nuestros ojos hizo moverse un rato al pequeño mundo lleno de agitación, y al mismo tiempo tan en orden; lo hizo jugar y luchar, concertar alianzas y librar batallas, comprometerse entre sí, multiplicarse; era en efecto un drama de muchos personajes, interesante y movido.

Luego pasó la mano con un gesto sereno por el tablero, tumbó suavemente todas las figuras, las juntó en un montón y fue reconstruyendo, con las mismas figuras un juego completamente nuevo, con grupos, relaciones y nexos diferentes en absoluto. El segundo juego se parecía al primero; era el mismo mundo, estaba compuesto del mismo material, pero la tonalidad había variado, el compás era distinto, los motivos estaban subrayados de otra manera, las situaciones, colocadas de otro modo.

Esto es arte de vivir –dijo Hesse- Usted amigo Zweig puede ya de aquí en adelante seguir conformando y animando, complicando a su capricho el juego; está en su mano.

Así como la locura, en un grado superior, es el principio de toda ciencia, así es la esquizofrenia el principio de todo arte, de toda fantasía. Hay sabios que se han dado cuenta ya de esto a medias, como puede comprobarse, por ejemplo en El cuerno maravilloso del príncipe, un libro encantador, en el cual el trabajo penoso y aplicado de un sabio es ennoblecido por la cooperación genial de artistas locos y encerrados en manicomios.

Locuaz Herman prosigue: durante la guerra, mi primera esposa María Bernoulli enfermó y presentó, varios episodios de esquizofrenia. Yo me encontraba inmerso en una severa crisis emocional, por mi divorcio, por la recién muerte de mi padre y la enfermedad de mi hijo. Recurrí al análisis, primero con Joseph Bernhard Lang, después me atendió su maestro, Carl Gustav Jung. Durante este tiempo de mi psicoanálisis, pinte y escribí un diario de sueños.

Estefan lo interrumpe y explica: en los albores de la humanidad, una de las primeras ciencias fue la interpretación de los sueños: antes de cada batalla y de cada decisión, después de una noche transida de sueños, los sacerdotes y los sabios examinan e interpretan sus imágenes como símbolos de un bien próximo o de un mal inminente.

Antes de Freud, el mundo era realmente diferente. Gracias a él, hoy sabemos que los sueños son la clave, para saber de nuestro inconsciente. Ningún carece completamente de sentido, todos tienen, en tanto que actos psíquicos perfectamente válidos, un significado determinado. Son la revelación, no de una voluntad superior, divina y sobre humana, pero sí de la voluntad más íntima y secreta del hombre. El psicoanálisis ha sabido acercar al hombre a su propio Yo más que cualquier otro método espiritual anterior.

El siquiatra, dramaturgo y novelista Arthur Schnitzler conteporaneo de Freud y asiduo visitante del Café Griensteild escribio:

Y acuérdate que cada noche nos fuerza
A descender a un mundo desconocido,
Privados de nuestra fuerza y, nuestra riqueza ...
Pues toda la abundancia y las adquisiciones de la vida
Tienen poco peso frente a los sueños,
Que nos encuentran inertes al dormir.

Freud lo consideraba su alma gemela y dijo; “Schnitzler recorre un camino paralelo a mi propio desarrollo. El expresa poéticamente lo que yo intento comunicar científicamente”

Hesse se dirige a Zweig: Con Jung viví una difícil situación que apenas podía soportar, la conmoción de un análisis doloroso, porque llega hasta el tuétano. Me habría gustado continuar el psicoanálisis con Jung, pues tanto por su intelecto como por su carácter es una persona espléndida, llena de vida, genial. Le debo mucho y me alegro de haber podido estar con él durante ese tiempo.

A partir del análisis de mis sueños descubrí el concepto de arquetipo, en ellos se hacían evidentes la presencia de imágenes y símbolos que no podían emanar de mi experiencia personal. Cada uno de nosotros contiene el ser total del mundo, y del mismo modo que nuestro cuerpo integra toda la trayectoria de la evolución. Entendí que yo deseaba tratar de vivir aquello que intentaba salir de mi interior. Nunca deje de ser un adolescente con sentimientos de extrañeza; de sentirme ajeno en un mundo de normas y compromisos y estructuras sociales y familiares que me resultan, desoladoras e incomprensibles.

La facultad de saber sufrir es más que la mitad de la vida, y de hecho, es toda la vida. Se sufre al nacer, se sufre al crecer; la semilla soporta la tierra, la raíz sufre la lluvia, el capullo sufre el florecimiento. Y de la misma manera, el hombre sufre su destino. El destino es tierra, lluvia y crecimiento. El destino duele. Nada le es más desagradable a un hombre que tomar el camino que conduce a sí mismo.



En esta mesa se jugó el Campeonato del Mundo Emanuel Lasker contra Carl Schlechter en 1910

En esta mesa se jugó el Campeonato del Mundo Emanuel Lasker contra Carl Schlechter en 1910  en el Café Viena a Marie Puente Rotenturmstraße 31 –Foto Museo de Viena-




Zwieg lo interrumpe: para nosotros el crear es una lucha continua entre la consciencia y la inconsciencia. Sin estos dos elementos no puede realizarse el acto artístico.

Hesse retoma su discurso: analicé con Jung mi infancia, que tenia puntos de contacto con este clínico suizo. Los dos tuvimos padres con delirios religiosos, sufrimos los abusos de una educación severa, tan rígida que intentaban romper a toda costa nuestra voluntad, nos hacía contemplar como un bálsamo la idea del suicidio.

En mi juventud huí del seminario, transité por diferentes instituciones y escuelas. Durante nuestra etapa de formación nuestros maestros servían a los mismos intereses, nos indicaban constantemente qué hacer, qué evitar; anulando nuestras propias elecciones, invalidando nuestras disposiciones, con mecanismos de represión, ejerciendo un férreo control.

La rigidez de los métodos; la desmedida ambición de nuestros padres, la inconsciencia de los maestros y la esterilidad de un sistema, se ensañaba sin compasión con nuestra alma y marchitaba nuestra alegría de vivir.

La responsabilidad, el trabajo lo aprendí de la conducta de mi padre, pero las secuelas son mi obsesiva conducta, la depresión, los sentimientos de culpa, de inferioridad, y la migraña.

A nuestros padres y preceptores, les importaba sobre todas las cosas, la esperanza que depositaron en nosotros, que se traducía en el triunfo académico; sin interesarles sin fracasábamos como seres humanos. Si deseábamos que nuestros padres nos quisieran, debíamos portarnos “bien”

Perdíamos primero la sensibilidad y más tarde, el equilibrio emocional. Recuerdo ese mundo en la escuela de latín en Göppingen, donde estudie, donde se aprendía a obedecer.

El análisis con Jung me permitió la reintegración, recuperar la personalidad que de alguna manera perdí con mis padres y educadores. Recupere una identidad intelectual propia.

Personalmente el análisis me sirvió, como lo hizo la lectura de algunos libros de Freud y de Jung. Hoy soy un hombre que busca, pero no busco ya en las estrellas ni en los libros: comienzo a escuchar las enseñanzas que mi sangre murmura en mí.

Mi historia, usted lo sabe Sweig, no es agradable, no es suave ni armoniosa como las historias inventadas; sabe a insensatez y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que no quieren mentirse más a sí mismos.

Stefan Zweig rememora: el liceo Wasa-Gymnasium, a su odiado instituto a donde concurrió durante ocho años y a sus profesores: Nuestros maestros no eran ni buenos ni malos, ni tiranos ni compañeros solícitos, sino unos pobres diablos que, esclavizados por el sistema y sometidos a un plan de estudios impuesto por las autoridades, estaban obligados a impartir su "lección” igual que nosotros a aprenderla.

Ellos, se sentían tan felices como nosotros cuando, al mediodía, sonaba la campana que nos liberaba a todos. No nos querían ni nos odiaban, aunque tampoco había motivos para ninguno de estos sentimientos, pues no sabían nada de nosotros; aun al cabo de varios años, con excepción de unos pocos, seguían sin conocernos por el nombre.

Se sentaban arriba, en la tarima, y nosotros, abajo; ellos estaban allí para preguntar y nosotros, para contestar; aparte de ésta, no existían entre los dos colectivos relación alguna. Y es que entre el maestro y el alumno, entre la tarima y los bancos, entre el Alto visible y el Bajo igual de visible se levantaba la invisible barrera de la "Autoridad" que impedía cualquier contacto. A mi juicio, nada resulta más característico que la total falta de relación que, tanto en el terreno intelectual como en el anímico, existía entre nosotros y los maestros.

Me he olvidado de los nombres y los rostros de todos ellos. A lo mejor porque siempre permanecimos ante ellos con los ojos bajos. Pero sí recuerdo la tarima y el diario de clase, al que siempre intentábamos echar una mirada con el rabillo del ojo porque en él se registraban nuestras calificaciones.

Stefan pregunta a Herman ¿Joseph Bernhard el psicoanalista, alumno de Jung, es Pistorius, en tu novela? Supongo que las charlas terapéuticas que se reproducen en su libro “Demian”, son tus propias vivencias. La obra está llena de referencias al simbolismo psicoanalítico de Jung.

Herman asiente y continúa: todas las sesiones ayudaban a raspar pieles de mí, a romper cáscaras de huevo, y después de cada una la cabeza se alzaba un poco más, algo más libre, hasta que mi pájaro amarillo eclosionaba como un hermoso pájaro con cabeza de depredador saliendo de la destruida cáscara del mundo.

El camarero me trajo una tarta de chocolate, la especialidad de la casa. Solícito, me comentó, sí deseaba una mesa que se había desocupado. Le agradecí su gentileza y él se retiro. Así que por paladear la tarta, me perdí parte de la charla.

Oí decir a Hesse: a comienzos de la Primera Guerra Mundial escribí un artículo que se publico en el periódico suizo Neue Zürcher Zeitung titulado “Amigos, no en ese tono”, solicitaba a los intelectuales alemanes a ocuparse menos de la disputas nacionalistas y a demostrar más humanidad. El resultado fue el acoso, el odio y el rechazo. Fueron días terribles y difíciles, los días de la guerra, fueron de lucha, sufrimiento y soledad, nunca me fue perdonado en Alemania haber adoptado una actitud crítica hacia el patriotismo y el militarismo. No reniego del patriotismo, pero primeramente soy un ser humano, y cuando ambas cosas son incompatibles, siempre le doy la razón al ser humano.

Cuando el intelectual se siente obligado a participar en la vida política, cuando el curso de la historia lo destina a ello, tiene que obedecer irremisiblemente. Ha de oponerse, en cambio, tan pronto sea llamado o presionado por una fuerza externa, por el Estado, algún grupo de generales o quienes detenten el poder, como ocurrió 1914, cuando la élite de los intelectuales alemanes fue, en cierto modo, obligada a firmar manifiestos falaces y absurdos.

La salvación y la continuación de la cultura europea serian posibles reencontrando el arte de vivir y el patrimonio común espiritual. Sigue siendo una incógnita que la religión pueda superarse o sustituirse. Nunca he comprendido con tan inexorable claridad como en los pueblos de Asia que la religión o su "Ersatz" es lo que más profundamente nos falta.

Todo el Oriente respira religión, como el Occidente respira razón y técnica. Nuestra misión como seres humanos es: dentro de nuestra vida propia, única y personal, adelantar un paso en el camino de animal a ser humano

Zweig exteriorizó:

Fui testigo del predominio de los instintos sobre la razón consciente en la psicosis colectiva de la Guerra Mundial: nunca como en aquellos años apocalípticos se había hecho tan horriblemente visible lo tenue que sigue siendo la capa de humanidad que cubre el delirio homicida de los hombres, desenfrenado lleno de odio, y cómo basta una simple sacudida del inconsciente para echar abajo todos los audaces edificios del espíritu y todos los templos de la moralidad.

En estos momentos ha visto sacrificar la religión, la cultura, todo lo que ennoblece y eleva la vida consciente del hombre, al placer más salvaje y primitivo de la destrucción; todas las fuerzas santas y santificadas de la humanidad se han mostrado una vez más infantilmente débiles ante el instinto ciego y sediento de sangre del hombre primitivo.Toda la educación y toma de conciencia de la humanidad resultó impotente frente a su inconsciente.

Carl el ajedrecista sobrellevó los mismos métodos de instrucción que nosotros, después estudio comercio, abandono su trabajo, y se dedico al ajedrez. Pacifista, fue una víctima de la primera guerra, su alma generosa sucumbió ante la barbarie de la destrucción, del desastre y del hambre. Antes de 1914 el mundo pertenecía a todos los hombres; después de la conciencia del mundo quedó anestesiada, ya tan acostumbrada a la inhumanidad, a la injusticia y a la brutalidad como nunca lo había estado. La ciencia avanzó, se renovó. Se uso el gas; las bombas, los dirigibles, los tanques, los lanzallamas, los hidroaviones, los dirigibles y los submarinos. Solo para destruir al otro.

El mundo ya no era el mismo de antes de la guerra. Toda una generación de jóvenes dejó de creer en sus padres, en los políticos y en los maestros: leía con desconfianza cualquier decreto, cualquier proclama del Estado. La inflación, en Austria, duró hasta 1923 con su hambre, su penuria y miseria.

Seguramente el ajedrez como actividad intelectual fue un bálsamo para Carl en los días de la guerra, lo resguardo de los estragos que produce en la psique, la deshumanización. Ciertamente el ajedrez mitigo en Carl, la desdicha de los días de hambre y de las noches de intenso frio. Estoico nunca se lamentó, ni busco la conmiseración de nadie.

Al enfrentarme a la realidad, al mirar a los soldados heridos, en un campamento, se me abrieron los ojos, y miré lo inhumano y lo atroz de la guerra. Deje atrás cualquier vestigio de patriotismo. No deseaba ninguna victoria ni derrota sobre nadie. Hice saber mi enemistad contra la guerra en el mundo.

Hesse asegura: sé de prisioneros que dentro de su cautiverio, el ajedrez fue su amparo. Es el caso de Alekine que jugaba a la ciega con Bogoljubov.

Zweig responde: en el fondo, el atractivo del ajedrez descansa únicamente en el hecho de que su estrategia se desarrolla de distinto modo en dos cerebros; que en esa guerra espiritual, el negro ignora las maniobras e intenciones del blanco, aunque trata continuamente de adivinarlas y malbaratarlas, mientras que el blanco, a su vez, procura adelantarse y frustrar los propósitos inconfesos del negro. Ahora bien, si el negro y el blanco quedaran representados por una y la misma persona, se produciría la contradictoria situación de que un cerebro debería al mismo tiempo saber algo e ignorarlo.

Sería necesario que jugando en función del blanco, pudiese olvidar totalmente, como siguiendo una orden, lo que un minuto antes había querido e intentado representando al contrincante negro. Semejante pensamiento doble supondría en realidad una división absoluta de la conciencia, un abrir y cerrar a discreción de un como obturador del cerebro, similar al de un aparato mecánico; querer jugar contra sí mismo significa, pues, en materia de ajedrez, igual paradoja que saltar sobre la propia sombra.

Mientras Sweig ordena las piezas del ajedrez que Herman desordeno. Hesse le explica a Stefan: Se nos han ido acumulando todo tipo de vivencias que nos unen, yo suelo mecerme de vez en cuando, con placer y gratitud, sobre ese puente colgante, y entonces pienso en usted con un sentimiento de amistad. Alguna vez llegare a saber jugar mejor el juego de las figuras. Alguna vez aprenderé a reír.

Responde Sweig: Me he preguntado sí, llamarle juego al ajedrez, ¿no es limitarle? ¿No es también una ciencia, un arte algo sutil que está suspendido entre uno y otro jugador, como el féretro de Mahoma entre el cielo y la tierra? El origen del juego del ajedrez se pierde en la noche de los tiempos, y, sin embargo, resulta siempre nuevo; su marcha es mecánica, pero su resultado se debe siempre a la imaginación de los jugadores; está estrechamente limitado a un espacio geométrico fijo, y, sin embargo, sus combinaciones son ilimitadas. Persigue un desenvolvimiento continuo, pero permanece estéril. Es un pensamiento que no conduce a nada, una matemática que no establece nada, un arte que no deja obra, una arquitectura sin materia.

Ha demostrado, sin embargo, ser más perdurable, a su modo, que los libros o que cualquier otro monumento este juego único, que pertenece a todos los pueblos y a todos los tiempos, y del que nadie sabe cuál de los dioses hizo don a la tierra para matar el tedio, para aguzar el ingenio y estimular el alma.

Años después, de haber prestado atención a su charla, cuando jugaron al ajedrez Stefan y Hermann, por los diarios me enteré del suicidio de Zweig, así como del premio Nobel de literatura que se le otorgó a Hesse.

La noche anterior a su muerte Estefan había jugado al ajedrez con Gabriela Mistral, recordado la alegría de sus días de juventud, los instantes dichosos de su época universitaria sin universidad, _como Sweig solía decir_ con todo el tiempo libre para leer, para visitar las bibliotecas, los teatros, los salones de música y los lugares de reunión, como fueron los cafés.

Habló del vienés Georg Franz Kolschitzky que por el año 1670 gestiono la primera licencia oficial para vender café en un establecimiento y que nombro: “La botella azul” Menciono a la emperatriz María Teresa de Austria, y la época en que inició la costumbre de poner a disposición de los clientes del café, los diarios de Austria como el “Neue Freie Presse” _donde Alfred Adler, publicó, una defensa de Sigmund Freud, quien fue atacado por este diario, por sus teorías psicoanalíticas_ y la prensa de otros países europeos, así como algunas revistas literarias como “Fackel” que editaba Karl Kraus o con tintes políticos como “Pravda”, que durante los siete años preliminares a la gran guerra imprimió Trotski. Habló de otras revistas antiguas, fuera de circulación, tan releídas como “ Ver Sacrum”.

Así como del periódico judío que versaba sobre el Ajedrez el "Shahtsaytung Erste Yidishe" cuyo redactor fue Gersz Salwe, un notorio ajedrecista y acaudalado industrial, que lidio contra Carl, en varias ocasiones. Una de ellas en Rusia, en este encuentro, Carl creó un genial sacrificio. Lasker menciono que este ofrecimiento de Carl era ventajoso lo aceptara o no Salwe. A esta partida se le concedió el premio de belleza.





Stefan menciono; el Café Griensteidl, a quien Zweig nombraba el “cuartel general de la literatura joven“, también el Café Central de quien Franz Werfel, hizo una descripción: “Inolvidable la primera impresión: ¿por qué es tan inmenso este antro? ¿Y qué luz es ésa?... Un poco, especialmente catedralicia. La bóveda está invadida por una cortina de cigarro (que son las sofocantes emanaciones de incienso de esta iglesia). Un anexo, el salón de ajedrez, da a la calle. Allí cae un impertinente, molesto, hiriente golpe de sol veraniego”.

Alfred Polgar reseñó la dinámica de los sus parroquianos del Café Central, dijo; “Gente que necesitaba de la soledad, pero en compañía. La ausencia de una relación íntima entre los asiduos de los cafés, se convierte de tal manera en una relación en sí misma, el vínculo que establecen todos aquellos que tienen como objetivo común matar el tiempo antes de ser consumidos por su paso“

A este lugar asistían: Arthur Schnitzler, Alfred Adler, Alfred Polgar, Peter Altenberg, Leon Trotsky , el propio Sweig; y tantos ajedrecistas, como: Savielly Tartakower y su hermano, así como: Rudolf Spielmann, Richard Reti, Ernst Grünfeld, Heinrich Wolf y Milan Vidmar, que al Café se le conocía también como: “La escuela de ajedrez“.

Nombró otros lugares, adonde acudían otros ajedrecistas, como fueron el Café Frey, la cafetería Laudon y el Café del Museo, con su soberbia sala de los espejos. Y describió los cafés; Landtmann, el predilecto de Freud; el Sperl con su perfecta y bella sala de billar. Por donde desfilaron artistas, escritores, pintores, arquitectos, compositores, músicos, militares y actores. El Café́ del Hotel Sacher, donde se podía paladear la deliciosa receta de la tarta de chocolate, 

creada por Franz Sacher.


Reinhold Völkel – Café Griensteidl en Viena (1896)


Reinhold Völkel – Café Griensteidl en Viena (1896)

En un momento menciono que Carl Schlechter, visitaba algunos de estos sitios de reunión, de lectura y de alegría, con sus polkas, sus valses, y sus originales debates. Donde las ideas nuevas, suscitaban eternas discusiones.

Sweig historió que Josef Hrdina, un rico industrial, mecenas del ajedrez y ajedrecista se enfrentó a Carl Schlechter en Viena, durante la quinta edición del torneo en memoria de Leopold Trebitsch. _ Schlechter gano seis de los nueve primeros torneos Trebitsch_

Se acordó de su primer viaje a la ciudad de Nueva York, de su encuentro casual, -en la calle donde se situaban las oficinas del “El Sol” un periódico de Nueva York, - con el ajedrecista Samuel Gold; quien fue el único maestro de ajedrez que tuvo Carl, y que ya arraigado en esta ciudad, publicaba sus problemas de ajedrez en este diario. Se ufano de los tres problemas de ajedrez que esa ocasión le autografió Samuel.


Lasker-Schlechter 1910

Lasker-Schlechter 1910

Zweig contó: en Carl vivía esa dualidad que nos acompaña en nuestra vida. Su juego expresaba la tranquilidad de un juego posicional, la de un felino que con paciencia, persiste a la espera de un desliz; pero en otras partidas, cuando se decidía, era un lince, excesivamente preciso, contundente y resuelto en su ataque.

Estefan prosiguió: Cuando Lasker en el trascurso del match nunca pudo asaltar la posición defensiva de Carl, cuando la aparente fragilidad de Carl, había logrado sobre el campeón, partida a partida, una importante ventaja psicológica, contrario a lo esperado, Schlechter arremete con ímpetu en contra de Lasker, jugando al todo o nada, logrando una posición privilegiada.

En ese preciso instante, su personalidad moderada, le hubiese asegurado un empate y la corona. Pero su inconsciente, le exige conducirse con honor, y con arrojo. Siendo el mejor vienes, en el arte de la defensa, deja atrás su hábito de jugar a lo seguro. Y reta la mirada penetrante, de los ojos negros de Lasker.

Los más de 400 espectadores que pagaron un boleto, entre ellos muchos vieneses que se trasladaron a Berlín, se encuentran electrizados, respirando la densa nube de humo, procedente de los cigarrillos y los puros encendidos; saben que por primera vez Lasker, se encuentra contrariado, por el oprobio de su desventaja.

Carl los mantiene en la cuerda floja y les eriza el pelo, mirar como el retador, se vuelve impulsivo y se expone, intentando establecer que es un vencedor. La sobreexcitación proviene, porque están al tanto, de que Carl tiene asegurada la corona con un empate, y no desean que esta oportunidad se desvanezca por la imprudencia, pero en cambio les emociona la dignidad del vienes, la posibilidad que Schlechter venza por segunda vez al Campeón. Pasiones contradictorias que provocan la aceleración del pulso y el estremecimiento de la multitud.

El subconsciente de Carl lo impulsa, lo traslada de un error a otro, durante dos fatigosos días, para finalmente forzado por Lasker, cambiar las damas y perder la partida, dejando escapar, ese momento estelar de la gloria, que pocas veces se muestra en la vida.

Esa dualidad hace que un ser pacifico y justo, se indigne, se subleve cuando se le otorga a Lasker un reloj de oro, que Hugo Jackson, dueño de un negocio de arte en Berlín, -el mismo donde Zweig encontró el broche de plata en forma de un tablero de ajedrez- donó como premio al vencedor del encuentro.

Schlechter enardece, porque para él no existe un vencedor, ni un perdedor dentro del encuentro y se rehúsa a participar en la ceremonia de clausura. Esta honorabilidad –continuó Stefan- fue constante en todos sus actos, cuando él sabía que su oponente requería de unas tablas, su cortesía las concedía, incluso en las posiciones donde tenía ventaja. Como un vienes de la época lo impulsaba un sentimiento de la justicia y la búsqueda de la verdad.

Su beneplácito fue jugar al ajedrez, y durante los encuentros, no humillar, ni rebajar a nadie. Nunca se aprovecho de ningún tipo de ventaja. Jamás jugó con superioridad de tiempo, restaba este a su reloj, si el oponente llegaba tarde a la partida. Siendo un caballero rompió más de una lanza por los ajedrecistas más jóvenes. Carl era un ser excepcional, culto y de una conversación brillante. Contó, que había pasado gratas horas, resolviendo los problemas de ajedrez ideados por Schlechter

Rememoró Viena, la capital cultural de Europa Central en la que convivían más de 50 millones de habitantes de 15 nacionalidades. Sus ojos se humedecieron al hablar de su tierra natal, de su gente, con su tranquilo y noble estilo de vida. Sus ojos se humedecieron al hablar de su tierra natal, de su gente, con su tranquilo y noble estilo de vida

Charló amenamente con Gabriela Mistral sobre la novela “La marcha Radetzky” texto de su amigo Joseph Roth una narración nostálgica del derrumbe de la Monarquía Austrohúngara, que para Roth también significó; un volver atrás, en la historia de la humanidad.

Y narró su intento de escribir una autobiografía cuyo título tentativamente fue: “Mis tres vidas”, pero melancólico le confesó a Gabriela que su vida carecía de interés y que en cambio había terminado una obra; “El mundo de ayer “donde hablaba de Austria; de las personas que había conocido y de los sucesos que vivió, de una geografía y de un tiempo que ya no retornaría.

Stefan señaló: Antes de morir Freud le escribí: tenemos que permanecer firmes, no tendría sentido morirse sin haber visto el descenso de los criminales a los infiernos. _el escritor se refiere a los nazis, a quien Joseph Roth amigo de Zweig acusó de haber instaurado “la filial del infierno en la tierra”_ hoy de eso, ya no estoy tan seguro. Estoy profundamente empobrecido por dentro. Concluyó el literato.

Habló sobre su trastorno ciclotímico, _maniaco depresivo_ que conllevó, lo mismo que Freud y expuso: mi depresión, auspicia mi recogimiento solitario; es un ingrediente positivo, la antesala sobre la que surge mi proceso creativo, con capacidad para tolerar la espera sin concluir; continuar por días investigando, para ampliar el conocimiento, postergar el deseo de concluir la obra, y a la vez prosperando en el proceso azaroso de la creación.

Quizá fue su último momento de alegría, el recordar a una tía suya que en la noche, de su luna de miel, huyó despavorida a casa de sus padres horrorizada porque su marido había pretendido desnudarla; actitud que contrastaba -aludió el escritor- con la de Alma Marie Schindler , esposa de Gustav Mahler director de la Ópera de Viena, y quien se relaciono eróticamente, con los más grandes intelectuales de la época.

Gustav Mahler convino con el doctor Sigmund Freud presentarse en su consulta, para tratar la neurosis que padeció a raíz de la infidelidad de Alma su atractiva esposa, mucho más joven que el compositor. Me parece que mi tía, también requería de un maratónico análisis. Remato Sweig con una sonrisa.

Luego regresó a su casa y escribió varias cartas de despedida, una de ellas a su primera esposa Friderike Maria Burger von Winternitz dando las razones por las que había decidido quitarse la vida junto a su segunda mujer Elisabeth Charlotte Altmann:

“Cuando recibas esta carta yo me sentiré mucho mejor que antes. Ya viste cómo estaba en Ossining y cómo después de haber pasado una temporada buena y sosegada mi depresión se hizo mucho más aguda... sufría tanto que no era capaz de concentrarme. Y luego, la seguridad -única seguridad que teníamos- de que esta guerra va a durar años, de que pasarían muchísimos años más antes de que nosotros, dada nuestra situación especial, pudiéramos volver a instalarnos en nuestro hogar; cuán deprimente todo ello nos resultaba.

Petrópolis, al principio me gustaba mucho, pero no tenía los libros que necesitaba y la soledad, que me había causado un efecto sedante, había empezado a ser intolerante, opresiva. La idea de que mi obra cumbre. El Balzac, no llegaría nunca a terminarse al no poder disfrutar de dos años de vida sosegada y de todos los libros que precisaba, me resultaba muy dura, y me desesperaba también esta guerra, que todavía no ha llegado a su punto culminante. Me sentía demasiado fatigado para soportar todo eso. Estoy seguro de que tú llegarás a ver otros tiempos mejores, y me darás la razón: que comprenderás cómo yo, con mi hígado negro, no he querido esperar más.

Estas últimas líneas son para ti, en mis últimas horas. No puedes imaginar la plácida alegría que me ha invadido desde que he tomado tal decisión. Exprésales mi afecto a tus hijas, y no me compadezcas. Ten presentes al buen Joseph Roth y a Rieger, y no olvides lo mucho que yo siempre me alegré por ellos de que no tuvieran que sufrir las duras pruebas por las que nosotros hemos pasado. Ten coraje, ahora sabes que estoy tranquilo y feliz

Con mi amor y amistad, Stefan”

Después de la muerte del escritor, Gabriela Mistral comunicó a los amigos de Zweig, que cuando hablaba con el escritor, de la guerra le caía al rostro una tristeza sin límites que lo envejecía de golpe. Su repugnancia de la violencia era no sólo veraz; era absoluta. Y repetía: "No somos sino fantasmas o recuerdos".

Dos años después de su suicidio se publicó su texto: “Novela de ajedrez” donde narra la barbarie de la tortura, de la presión que ejerce, el total aislamiento, en el ser humano, tratando de vencer su espíritu, precipitándolo a la nada. Únicamente el ajedrez liberta la mente del protagonista, de la hondura que lo enloquece.

El relato es magistral, ausente del mismo; lo confuso, la ambigüedad, lo innecesariamente morboso. El relato se mantiene siempre, página tras página en el mismo nivel de estremecimiento, arrastrando al lector hasta la última línea sin dejarle tiempo para tomar aliento. Como le gustaba escribir a Zweig.


Café central


He regresado a Viena, al Café donde compartieron Sweig y Hesse, y advertí a dos japoneses, portando sus cámaras fotográficas, colgadas al cuello, sentados jugando al ajedrez, en el misma parte donde lo hicieron los escritores.

Pague la cuenta y salí a la esquina Strauchgasse- Herrngasse. Caminé por las calles de Viena. El Danubio ha perdido su azul por la contaminación. Nadie recuerda a Johann Strauss.

La ciudad con su smog y su rápido tráfico, es una metrópoli, donde la sombra de Zweig, solicitando por la calle un autógrafo, y la época romántica del ajedrez pertenecen al pasado. Son cenizas, su fragancia es la añoranza.

Recordé las palabras de Zweig: “Los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda la existencia: la fugacidad y el olvido".