domingo, 15 de enero de 2017

Napoleone di Buonaparte.



Para un general en jefe la guerra es un juego de ajedrez”  Stendhal.





Militar, revolucionario, gobernante francés, general republicano durante la Revolución y el Directorio; artífice del golpe de Estado del 18 de Brumario que lo convirtió en Primer Cónsul de la República, y después en Emperador de los franceses y Rey de Italia.


Napoleon adquirió el control de casi toda la Europa  central y occidental, mediante una serie de conquistas y alianzas. Tras su derrota en la Batalla de las Naciones, cerca de Leipzig, se vio obligado a abdicar. Fue apresado y enviado a la Isla de Elba, de la cual huyo unos meses más tarde. 

Regresó a Francia y al poder durante el breve período llamado de los Cien Días y finalmente derrotado en la Batalla de Waterloo en Bélgica. Desterrado por los ingleses a la isla de Santa Elena, que debido a su lejanía e inaccesibilidad, sirvió como insuperable prisión, en donde hasta hoy permanece.

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Moscú era una ciudad básicamente construida de madera 
y los soldados rusos quemaron su capital


Decidido a imponer los acuerdos de Tilsit manu militari, Napoleón invade Rusia, los rusos juegan una partida de ajedrez genial, se defienden mediante la estrategia de la tierra quemada, rehuyen el combate directo, sólo se enfrentan a Napoleón en Borodino, y destruyen todo lo que pudiera ser aprovechable por el ejército francés. Napoleón entra en un Moscú, a una ciudad abandonada y quemada por sus propios habitantes. 


Las dificultades de abastecimiento y la llegada del invierno obligan a los franceses a retirarse de Rusia en octubre. A partir de ahí, el acoso de la caballería cosaca, las penalidades del invierno y sobre todo, el desastre del paso sobre el río Berezina en Noviembre diezman a la Grand Armée, que en Diciembre, llega de vuelta a la frontera prusiana. Napoleón burla el cerco ruso, en el camino han perecido más de 500.000 hombres. 


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El corso no sabe que le espera una prisión llamada la isla de Elba. Su nombre significa Puerto de hierro, en alusión al tan preciado hierro que los etruscos hallaron en numerosos depósitos y que les permitían ejercer su dominio sobre Italia.

El camino de James Town es el único hacia el valle, ciertamente transitar por este camino, no es planecetero. Sobre toda la ruta se hallan piquetes y centinelas de distancia en distancia. La misma seguridad hay en la mar . Las disposiciones relativas a la vía marítima son tomadas con tanto cuidado que hacen imposible el escape del prisionero. Ningún navío puede acercarse a la isla sin ser visto por un barco inglés o por los numerosos puestos de señalización que corresponden entre ellos a lo largo de toda la extensión de la isla.

Después de haber subido un estrecho y tortuoso camino rodeado de barrancos y precipicios, se llega a una pequeña planicie de una milla y cuarto de longitud aproximadamente, terminada por un espantoso peñón suspendido en una considerable elevación sobre el nivel del mar. 

Más o menos en medio de esta planicie está situado Longwood, que sirve a Napoleón de casa una prisión inhospita, posee unas 23 habitaciones, su aspecto es de suciedad y de abandono. Está rodeada en cada extremidad por centinelas relevados regularmente. A una media milla de de esta, se encuentra otra casa pequeña en donde un oficial de guardia se encuentra estacionado, Ningún individuo pasa sin una orden por escrito. 

El otro frente de la casa está a unos 1400 metros del peñón antes descrito. En uno de sus lados, hay un barranco, en el otro, una montaña inaccesible. El espacio comprendido entre estos puntos es lo que le es asignado a este prisionero de Ingaterra, en la Isla de Santa Elena.





Después de largo viaje me encuentro ante la mirada de Napoleón que me escudriña, él deja su libro y me extiende la mano. Bonaparte se mira muy enfermo. Según me cuenta se despierta a las once de la mañana y se vuelve a costar a las dos. Con voz pausada me dice: me están haciendo morir de una forma cobarde. El Emperador parece extremadamente fatigado, su fisonomía expresa el abatimiento, sus ojos están hundidos, lívidos, casi apagados.

Bonaparte ha sido considerado por algunos un monarca iluminado, debido a su extraordinario talento y capacidad de trabajo y por otros como un dictador. Sus soldados le llamaban el Pequeño Cabo -Le Petit Caporal- en virtud de su camaradería con la tropa. Los ingleses se referían a él con el despectivo Boney y las monarquías europeas como el tirano Bonaparte, el Ogro de Ajaccio o el Usurpador Universal.





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El culto a Napoleón, lo inicio el propio Bonaparte. Lo fomentó durante su primera campaña divulgando sus victorias de forma sistemática. Como primer cónsul y emperador encargó la realización de obras hagiográficas a los mejores escritores y artistas de Europa y favoreció esta idolatría mediante la celebración de ceremonias conmemorativas de su gobierno en las que aparecía como el artífice de la época más gloriosa de Francia; solía decir que había conservado las conquistas de la Revolución Francesa y ofrecido sus beneficios a toda Europa en un intento de fundar una federación europea de pueblos libres.

El Código Napoleónico se implantó en todos los Estados creados por el Napoleón. Se abolieron el feudalismo y la servidumbre y se estableció la libertad de culto. Le fue otorgada a cada Estado una constitución en la que se concedía el sufragio universal masculino y una declaración de derechos y la creación de un parlamento; fue instaurado el sistema administrativo y judicial francés; las escuelas quedaron supeditadas a una administración centralizada y se amplió el sistema educativo.

El sistema educativo fue libre de manera que cualquier ciudadano pudiera acceder a la enseñanza secundaria sin que se tuviera en cuenta su clase social religión. Cada Estado disponía de una academia o instituto destinado a la promoción de las artes y las ciencias, al tiempo que se financiaba el trabajo de los investigadores, principalmente el de los científicos. La creación de gobiernos constitucionales siguió siendo sólo una promesa, pero el progreso y eficacia de la gestión fueron un logro real.




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Napoleón me cuenta como escapa de la isla de Elba, aprovechando el descuido de la guardia francesa y británica, me embarqué en Portoferraio con unos 600 hombres, y desembarqué en Golfe-Juan, cerca de Antibes. Con mi pequeño ejercito enfrenté a las tropas enviadas por el rey cuyo fin ra atraparme. Los hombres de cada bando formaban líneas y se preparaban para disparar. Antes de iniciarse el fuego, caminé hacia el centro de ambas fuerzas, encarando a los hombres del rey y abriendo mi pechera dije: “Si alguno de vosotros es capaz de disparar a su emperador, hacedlo ahora!” Entre vítores todos los hombres se unieron a mi causa. Seguía siendo Napoleón



Recibió en todas partes una bienvenida que atestiguaba el poder de atracción de su personalidad en contraste con la nulidad de la del Borbón. Sin disparar un solo tiro en su defensa, su pequeña tropa fue creciendo hasta convertirse en un ejército. Ney, quien había dicho de Napoleón que debía ser llevado a París en una jaula de hierro, se unió a él con 6.000 hombres .


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 Cinco días más tarde, Napoleón entraba en la capital, de donde Luis XVIII acababa de fugarse. El Emperador promulga una nueva Constitución más democrática. Los veteranos de las anteriores campañas acudieron a su llamada, comenzando de nuevo el enfrentamiento contra los aliados. 

 En medio de los bailes, de los galanteos cortesanos, de intrigas y discusiones del Congreso de Viena, suena como un cañonazo la noticia de que Napoleón, el desterrado en la isla de Elba, había huido de allí y se encontraba en Francia. Uno tras otro van llegando los mensajes: ha conquistado Lyón, y expulsado al Rey; fanáticamente van las tropas a su encuentro; ya está otra vez en París, en las Tullerías. Han sido inútiles Leipzig y los veinte años de guerras homicidas. Asustados, los intrigantes ministros ya no pueden discutir.

 Se apresuran a ponerse de acuerdo en aquel momento de peligro para todos. Se organiza rápidamente el ejército inglés, el austríaco, el prusiano y el ruso, cuyo único objetivo es destruir definitivamente el poder del usurpador: jamás estuvo Europa tan unida como en aquellos momentos de pánico. Desde el Norte se dirige Wellington contra Francia; Blücher, con su ejército prusiano, se acerca para ayudarle; Schwarzenberg toma posiciones en el Rin, y los pesados y lentos regimientos rusos, formando las reservas, pasan por Alemania.

 Le basta a Napoleón una sola mirada para darse cuenta del peligro mortal que le acecha. Sabe que no puede perder tiempo, que no debe esperar a que sus enemigos se reúnan. Es preciso dividirlos, atacarlos por separado, a los prusianos, a los ingleses, a los austríacos, antes de que se conviertan en homogéneo ejército europeo y produzcan el hundimiento dé su Imperio. Ha de apresurarse; en su propio país, los enemigos se despiertan. Debe vencer antes de que los republicanos cobren más fuerza y se unan a los realistas, antes de que el hipócrita y enigmático Fouché, de acuerdo con Talleyrand, émulo suyo, destruya a su espalda la victoria. En un impulso trascendental debe aprovechar el delirante entusiasmo de sus tropas para arremeter contra el enemigo.



Napoleon Bonaparte




Cada día significa una pérdida, en cada hora se oculta un peligro. Por eso no vacila en tirar los dados sobre el campo de batalla más ensangrentado de Europa: Bélgica. El 15 de junio, a las tres de la madrugada, la vanguardia del grande y único ejército de Napoleón pasa la frontera. El 16, la emprenden ya contra los prusianos y los hacen retroceder. Es el primer zarpazo del león que se siente en libertad, zarpazo terrible pero no mortal. Vencido pero no aniquilado, el ejército prusiano se retira hacia Bruselas.

Retrocede Napoleón para asestar el segundo golpe contra Wellington. No tiene tiempo de tomar aliento; cada día que pasa supone un refuerzo para el enemigo. Además, detrás de él está el pueblo francés, cuyo ánimo necesita mantener con victoriosos partes de guerra. El 17, todavía marcha con todo su ejército hasta las alturas de Quatre-Bras, donde Wellington, el frío enemigo de nervios de acero, se ha atrincherado. Jamás fueron las disposiciones de Napoleón más meditadas, más claras sus órdenes como en aquel día; no sólo piensa en el ataque, sino que prevé también sus peligros, y no se le pasa por alto la posibilidad de que el ejército de Blücher, que aunque derrotado no estaba deshecho, pueda unirse al de Wellington. Para impedir esto destaca una parte de su ejército con la misión de que, paso a paso, vaya alejando a las huestes prusianas e impida su unión con los ingleses.

Napoleón confía al mariscal Grouchy por primera vez una acción independiente Mientras el mismo Emperador ataca a los ingleses, corresponde a Grouchy perseguir con un tercio del ejército a los prusíanos. Grouchy se despide en medio de una lluvia torrencial. Después, lentamente, hundiendo los pies en el fango, avanzan sus soldados tras las huellas prusianas, o al menos en la dirección que suponen ha tomado Blücher.



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Emmanuel de Grouchy


Continúa cayendo una lluvia nórdica. Como rebaño empapado de agua marchan en la oscuridad los regimientos de Napoleón. El barro dificulta el paso. No hay donde cobijarse, ni techo ni casa alguna. La paja está demasiado mojada para echarse en ella. Los soldados se reúnen en grupos y duermen sentados, espalda con espalda, bajo la despiadada lluvia. El Emperador mismo no descansa; está dominado por un nerviosismo febril, pues los reconocimientos fracasan debido al mal tiempo; los informes de los exploradores son muy confusos. Ignora si Wellington se dispone a atacar y no tiene la menor noticia de Grouchy acerca de los prusianos.

A la una de la madrugada, despreciando la lluvia, que sigue cayendo torrencialmente, el Emperador sale a recorrer las avanzadas. En la lejanía, a un tiro de cañón, se distingue, a través de la niebla, el amortiguado resplandor de las luces del campamento inglés. Al despuntar el alba vuelve a su pequeña cabaña de Caillou, su modesto cuartel general, donde encuentra los primeros partes de Grouchy. Son noticias poco claras respecto a la retirada de los prusianos, pero con la promesa tranquilizadora de que continuarán siendo perseguidos. Poco a poco va cesando la lluvia. 

A las cinco de la mañana deja de llover. Se disipan también los nubarrones de la duda. Circula la orden para que, a las ocho, todo el ejército esté dispuesto para entrar combate. Redoblan los tambores, y los enlaces a caballo galopan en todas direcciones. Napoleón se echa entonces en lecho de campaña para dormir un par de horas. 

Cuatrocientos cañones truenan por ambas partes desde la mañana. La planicie se estremece al choque de la caballería con las tropas adversarias, que lanzan torrentes de fuego al redoble enardecedor de los tambores. Pero arriba, en lo alto de ambas colinas, los dos caudillos permanecen impasibles ante el ruido de aquella terrible tempestad humana. Wellington sabe que Blücher está cerca. Napoleón espera a Grouchy. Ninguno de los dos cuenta con más fuerzas de reserva. Las que lleguen antes decidirán la victoria. Junto al bosque empieza a distinguirse la polvorienta nube de la vanguardia prusiana. Napoleón y Wellington están pendientes de aquel enigma. ¿Se trata sólo de algunos destacamentos? ¿Es el grueso del ejército que ha escapado de Grouchy? 

Los ingleses resisten con sus últimas fuerzas, pero también los franceses están exhaustos. Los dos ejércitos, jadeantes, permanecen frente a frente; como dos luchadores dejan caer ya los debilitados brazos y contienen la respiración antes de acometerse por última vez. 

Por fin retumban los cañones por el flanco de los prusianos, se vislumbran destacamentos, se oye el ruido de la fusilaría. «¡Por fin llega Grouchy!», suspira Napoleón. Confiando en que tiene el flanco asegurado, reúne a sus hombres y se lanza otra vez contra el centro de Wellington, para romper el anillo inglés que guarda Bruselas y hacer volar la puerta de Europa. 

No, no es Grouchy quien se acerca con sus tropas, sino Blücher, y con él la fatalidad y la derrota. La noticia se difunde rápidamente entre las tropas imperiales, y empiezan a replegarse, pero conservando el orden todavía. Wellington, que comprende en seguida la crítica situación del adversario, galopa hasta la falda de la colina tan eficazmente defendida y agita el sombrero sobre su cabeza, señalando al enemigo que retrocede. Aquel gesto de triunfo es comprendido por sus hombres y, en un supremo esfuerzo, se lanzan contra la desmoralizada masa. 

Simultáneamente, la caballería prusiana ataca por el flanco al destrozado ejército, y se oye el grito demoledor de «¡Sálvese quien pueda!» En pocos minutos, el gran ejército, como un incontenible torrente, impelido por el terror, arrastra incluso a Napoleón. La caballería enemiga penetra en aquel torrente convertido ya en agua mansa e inofensiva para ella, donde pesca fácilmente el coche del caudillo francés, los valores del ejército, toda la artillería abandonada en aquella espuma de angustia y desesperación. 

El Emperador puede salvar la vida y la libertad sólo al amparo de la noche. Pero aquel hombre que, sucio, desconcertado, medio muerto de fatiga, se deja caer del caballo a la puerta de una miserable posada, ya no es un emperador. Su imperio, su dinastía, su suerte, se han desvanecido. La falta de decisión de un hombre mediocre ha derrumbado el magnífico edificio que construyera en veinte años el más audaz y genial de los mortales.

.En París las multitudes le imploraban que continuara la lucha pero los políticos le retiraron su apoyo, por lo que abdicó en favor de su hijo, Napoleón II. Marchó a Rochefort donde capituló ante el capitán del buque británico Bellerophon.





Su consejero de Estado Roederer dice sobre Napoleon "Hay mas saber en esa cabeza y más grandes obras juntas en dos años de su vida que en toda una dinastía de reyes de Francia" 

Napoleón es artífice de frases tales como “Si yo hubiera creído en un Dios de recompensas y castigos, puede que hubiera perdido el ánimo en las batallas”, "La altura de un hombre no se mide de la cabeza al suelo, sino de la cabeza al cielo", “Sólo hay dos poderes en el mundo: la pluma y la espada”, “Una cabeza sin memoria es una plaza sin guarnición” , “Una sociedad sin pasiones es estacionaria” ,  !Sólo el puño de esta espada pertenece a Francia, el filo es mío“, "A veces hay que retroceder dos pasos para avanzar uno". "Me encanta el poder. Pero lo amo como a un artista. Me encanta como el músico ama a su violín, para extraer de él sus sonidos, acordes y armonías" y esta ultima dicha antes de un combate: “Las piezas están colocadas. La batalla puede empezar”


No quiero fatigarlo e inicio las preguntas:

Libertad.

-Todo ser humano es libre si su libertad no atenta a la de los demás.




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Waterloo.


- Borrará de la memoria todas mis victorias.


Mariscal Ney.

Perdió tres caballos en la batalla de Waterloo. Lance toda la caballería francesa a un ataque conjunto. Diez mil coraceros y dragones emprenden la avanzada, destruyeron cuadros, arrollaron a los artilleros y penetraron en las primeras filas enemigas. Fuerol rechazados otra vez, pero la fuerza de los ingleses menguaba, el dominio que ejercían sobre aquellas colinas empieza a ceder. Y cuando mi diezmada caballería francesa retrocede ante las descargas de fusilaría, avanza la última reserva con la cual contaba... de un modo lento y grave: es la vieja guardia, en marcha a conquistar aquella colina de cuya posesión depende el destino de Europa.


Mariscal Emmanuel de Grouchy.

El destino, le torgo el poder de decidir el futuro de Europa. Le encomende la misión de perseguir a los prusianos, de modo que el ejército prusiano no pudiera acudir a ayudar al ejército de Wellington. Sin embargo perdio de vista a los destacamentos prusianos.

Cuando la batalla de Waterloo comenzó, la victoria dependia de que ejercito recibiria el apoyo de los refuerzos. Grouchy, y una parte mi ejército estaba lejos, parados, sin rastro de los prusianos.

Grouchy oyó los estruendos procedentes de la batalla, pero Grouchy no se decidio por rescatarnos. Seguio buscando inutilmente a los prusianos. Grouchy no era ningún estratega, sino un hombre de confianza, y él decidio la fatal suerte de mi ejército y la mia misma.

Todos saben que la victoria será de aquel que recibiera antes refuerzos, Wellington de Blücher, yo de Grouchy. ¡Fue incapaz de escuchar la voz del destino!



Resultado de imagen para napoleon Austerlitz.


Austerltz.


-La más gloriosa de mis batallas


Agustín Robespierre.


-Hermano de Robespierre, tuve su protección.


Asedio de Tolón.

Pude sofocar esa rebelión, una sublevación contrarrevolucionaria apoyada por los ingleses. Mi plan tuvo éxito


Ajedrez.

El ajedrez es un juego sin par, regio e imperial


Oponente.

Hay que presentarse ante los enemigos y ponerles buena cara, si no, creen que se les teme y eso les hace intrépidos.




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Fouché


-Una generación de inmortales ha caído a su alredadedor. Mirabeau muerto, Marat asesinado, Robespierre, Desmoulins, Danton guillotinados, su compañero de consulado Collot en el destierro en las islas de las Fiebres de Guayana, Lafayette liquidado, todos, todos muertos y desaparecidos sus compañeros de la Revolución.¡Si la Traición tuviese un nombre  este sería Fouché!






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"La madre de Napoleón fue una mujer comparable a las heroínas de Plutarco, a las Porcias, a las Cornelias, a las Madame Roland. Este carácter impasible firme y ardiente, que recuerda más aún a las heroínas italianas de la Edad Media... es necesario para explicar el de su hijo".

-Son palabras de Stendhal sobre mi madre  y que agradezco.

Apuro de tiempo.

Podemos recuperar el terrero perdido. El tiempo perdido, no.


Código Napoleónico.

He consagrado la Revolución, la he infundido en nuestras leyes. He sancionado todos los principios; los he infundido en mis leyes, en mis actos; ni uno solo de ellos hay que no haya consagrado. Mi verdadera gloria no está en haber ganado cuarenta batallas. Waterloo borrará el recuerdo de tantas victorias. Lo que nada borrará, lo que vivirá eternamente, es mi Código Civil. . Mi Código es el ancla de salvación que salvará a Francia, mi título a las bendiciones de la posteridad.


Critica.

-No hay que temer a los que tienen otra opinión, sino a aquellos que tienen otra opinión pero son demasiado cobardes para manifestarla.


Victoria.

La victoria pertenece al más perseverante.


Considerar una partida ganada.

A veces una batalla lo decide todo, y a veces la cosa más insignificante decide la suerte de una batalla. El triunfo no esta en vencer siempre, sino en nunca desanimarse


Considerar la partida perdida.


-Lo imposible es el fantasma de los tímidos y el refugio de los cobardes.


Entrenador.


-La educación de un niño comienza cien años antes de su nacimiento.


José María Morelos y Pavón. 


-Dadme 3 Morelos y conquistare el mundo.


La Marsellesa.


Esta música nos ahorró muchos cañones.


Imposible.

Se me ocurre que es el adjetivo de los imbéciles. La palabra imposible no está en mi vocabulario.


Análisis.

-La batalla más difícil la tengo todos los días conmigo mismo.


Los peones son el alma del ajedrez.

-Si la obediencia es el resultado del instinto de las muchedumbres, el motín es el de su reflexión.


Pieza tocada, pieza jugada.



Sólo para mis adversarios. Es la única vez que Napoleón ríe.


Duque de Enghien.

Yo sabia que lo fusilarían para calmarme jugué una partida de ajedrez con Madame de Remusat 1. e4 / Cf6 2. d3 / Cc6 3. f4 / e5 4. fxe5 / Cxe5 5. Cc3 / Cfg4 6. d4 / Dh4+ 7. g3 / Df6 8. Ch3 / Cf3+ 9. Re2 / Cxd4+ 10. Rd3 / Ce5+ 11. Rxd4 / Ac5+ 12. Rxc5 / Db6+ 13. Rd5 / Dd6++. 






Dibujo de Napoleón ante el autómata. La partida es seguida por un gran número de cortesanos





Johann Maezel.


Me interesaban sus inventos en particular unas piernas artificiales, que mejorarían las condiciones  de los mutilados, ademas me interesaba que construyera un coche que pudiera transportar con menor rudeza a los heridos en el campo de batalla.


El turco.

Ls partidas que jugué con él las perdí . Tras la 3ª derrota, me enfurecí y golpe el tablero, haciendo que todas las piezas se desparramasen por la habitación.


Contrincante.

-Nunca interrumpas a tu enemigo mientras está cometiendo un error


Entrenador sudor y lágrimas.

Imponer condiciones excesivamente duras es dispensar de su cumplimiento.


Mujeres.

-Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo.


Maestro.

-Los sabios son los que buscan la sabiduría; los necios piensan ya haberla encontrado.


Envidia.

-La envidia es una declaración de inferioridad.


Comité de apelación.


-Cuando quiero que un asunto no se resuelva lo encomiendo a un comité.


Calumnia.

-El mal de la calumnia es semejante a la mancha de aceite; deja siempre huellas.





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"La tenia ganada."


-De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso.


Los ajedrecistas se hacen solos.

-Es injusto que una generación sea comprometida por la precedente. Hay que encontrar un modo de preservar a las venideras de la inhabilidad de las presentes.


Amistad.


-¿Queréis contar a vuestros amigos? Caed en el infortunio.


Audacia.


-Con audacia se puede intentar todo, mas no conseguirlo todo.En una batalla, cuando pierdes... ataca.


Posición.

El hombre es como un número: sólo tiene valor por su posición.


El mal entrenador.


-Hay ladrones a los que no se castiga, pero que roban lo más preciado: el tiempo.


La libertad política.

-Bien analizada, la libertad política es una fábula imaginada por los Gobiernos para adormecer a sus gobernados.


Memoria.

-Una cabeza sin memoria es como una fortaleza sin guarnición.


Discutir.

-En el peligro es apretar el dogal.


La perfección.

-Si la perfección no fuera quimérica, no tendría tanto éxito.

Amor propio. 

-El más peligroso de nuestros consejeros es el amor propio.


Caballos.


-Solía abrir la lucha con la caballería.


Su forma de jugar al ajedrez .


-Seguramente la prolongación de mi temperamento. Buscaba la sorpresa con meditadas combinaciones, de la misma forma que mis batallas, utilizaba estrategias que el enemigo jamás esperaba.


Café de la Régence.

¡Ah que recuerdo ahí asistíamos Voltaire, Rousseau, Diderot, Robespierre!


Genio.


- Es el arte de la oportunidad. El infortunio es la comadrona del genio. Los hombres geniales son meteoros destinados a quemarse para iluminar su siglo.


Ataque.

-La ambición de dominar sobre los espíritus es la mas poderosa de todas las pasiones.No es conveniente diseminar los ataques, sino, antes al contrario reunirlos."


La guerra.

-La guerra es un juego serio en el que uno compromete su reputación, sus tropas y su patria. La guerra es un arte singular. Yo he sostenido sesenta batallas y no he aprendido más de lo que sabía cuando sostuve la primera.





La independencia.

-Al igual que el honor, es una isla rocosa sin playas.


Triunfar.

-La victoria pertenece al más perseverante. La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana.


Confianza.


-La confianza es la mitad del triunfo.


Españoles.

-Se indignaron con la afrenta y se sublevaron ante nuestra fuerza corriendo a las armas. Los españoles en masa se condujeron como un hombre de honor.


Imaginación.

-La raza humana está controlada por su imaginación. La realidad tiene limites; la estupidez no.






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Aperturas.

-Nada más difícil, pero nada más precioso que el saber decidirse. Nunca emprenderíamos nada si quisiéramos asegurar por anticipado el éxito de nuestra empresa. Nunca sabréis quiénes son vuestros amigos hasta que caigáis en desgracia.


Falta de entrenamiento.

No se ganan batallas con buenos deseos.





Santa Elena.

El hastió, una lucha contra el aburrimiento.  Jugaba al ajedrez con el mariscal Bertrand.  Por la noche pienso; una nueva victoria ganada sobre el tiempo, otro día menos.

Los reveses de la fortuna.

Es más duro la cruenta ingratitud del hombre.

Caerse.

Mi grandeza no reside en no haber caído nunca, sino en haberme levantado siempre.



Hudson Lowe.

¡Tiene el crimen marcado en la cara!


La inmortalidad.

-Es el recuerdo que uno deja.


Bertrand.

¡Ah mi fiel Mariscal Bertrand! me siguió hasta aquí a mi destierro juego frecuentemente al ajedrez con él pero somos temperamentos distintos yo busco un ataque que sirva para destrozar su defensa del adversario, aun a costa de sacrificar alguna pieza Bertrand juega a la defensiva, esperando una oportunidad de lanzar un contraataque basado en su superioridad material. desde el comienzo de la partida, yo despliego mis fuerzas con rapidez.  Bertrand busca colocar las suyas en posiciones defensivas para repeler mis inminentes ataques.

Dentro de poco habré espirado y encontraré a mis valientes en los campos Eliseos. Sí, Kleber, Desaix, Bessieres, Duroc, Ney, Murat, Massena, Berthier… todos vendrán a recibirme, me hablarán de lo que hicimos juntos y conversaremos de nuestras guerras con Escipión, Aníbal, César, Federico.






Bonaparte me dice que me acerque y en voz baja susurra: le diré un secreto - con el dedo señala un ajedrez, que se encuentra encima de una bella mesa- al tiempo que se le humedecen los ojos. Mis partidarios idearon un plan para que me fugase de Santa Elena. me regalaron ese ajedrez con piezas talladas en marfil, sabiendo que dicho regalo no despertaría sospechas entre mis captores. 

Dentro de este ajedrez hay un plan perfectamente detallado para la fuga, pero ya ve lo enfermo que estoy y sin fuerzas. Ya no siento mis entrañas ¡En qué estado he caído! ¡Yo era tan activo y alerta! Apenas y puedo hoy levantar mis párpados. Ya no soy Napoleón... sólo anhelo reposar a orillas del Sena.




Internet datos:



Los amores de Napoleón. Desirée, era hermana de la mujer de su hermano José, Josefina de Beauharnais, Giuseppina Grassini, María Luisa de Austria madre de Napoleón II, Julie Récamier, La polaca María Walewska





El 2 de diciembre de 1804, en la Catedral de Notre-Dame de París, Napoleón Bonaparte le arrebata la corona de “Carlomagno” al papa Pío VII de las manos y se la coloca él mismo, al estilo de los romanos. Así, comenzó el Imperio Francés y Napoleón Bonaparte I, su emperador.





Waterloo

Por fin retumban los cañones por el flanco de los prusianos, se vislumbran destacamentos, se oye el ruido de la fusilaría. «¡Por fin llega Grouchy!», suspira Napoleón. Confiando en que tiene el flanco asegurado, reúne a sus hombres y se lanza otra vez contra el centro de Wellington, para romper el anillo inglés que guarda Bruselas y hacer volar la puerta de Europa.


Pero aquel fuego de fusilaría no ha sido más que una desorientadora escaramuza. Desconcertados los prusianos por unos uniformes desconocidos, centran el fuego sobre los de Hannóver, pero inmediatamente se dan cuenta de su lamentable confusión y en poderoso alud salen de la espesura del bosque. No, no es Grouchy quien se acerca con sus tropas, sino Blücher, y con él la fatalidad. La noticia se difunde rápidamente entre las tropas imperiales, y empiezan a replegarse, pero conservando el orden todavía. Wellington, que comprende en seguida la crítica situación del adversario, galopa hasta la falda de la colina tan eficazmente defendida y agita el sombrero sobre su cabeza, señalando al enemigo que retrocede. Aquel gesto de triunfo es comprendido por sus hombres y, en un supremo esfuerzo, se lanzan contra la desmoralizada masa. Simultáneamente, la caballería prusiana ataca por el flanco al destrozado ejército, y se oye el grito demoledor de «¡Sálvese quien pueda!»


En pocos minutos, el gran ejército, como un incontenible torrente, impelido por el terror, arrastra incluso a Napoleón. La caballería enemiga penetra en aquel torrente convertido ya en agua mansa e inofensiva para ella, donde pesca fácilmente el coche del caudillo francés, los valores del ejército, toda la artillería abandonada en aquella espuma de angustia y desesperación. El Emperador puede salvar la vida y la libertad sólo al amparo de la noche. Pero aquel hombre que, sucio, desconcertado, medio muerto de fatiga, se deja caer del caballo a la puerta de una miserable posada, ya no es un emperador. Su imperio, su dinastía, su suerte, se han desvanecido. La falta de decisión de un hombre mediocre ha derrumbado el magnífico edificio que construyera en veinte años el más audaz y genial de los mortales.





El alfil es el Fouche del ajedrez, avieso como político. -Juan José Arreola-




Cuesta trabajo imaginarse que el mismo hombre que fue sacerdote y profesor en 1790, saquease iglesias en 1792, fuese comunista en 1793, multimillonario cinco años después y Duque de Otranto algo más tarde. Pero cuanto más audaz le observaba en sus transformaciones, tanto más interesante se me revelaba el carácter, o mejor, la carencia de carácter de este tipo maquiavélico, el más perfecto de la época moderna. Cada vez me parecía más atractiva su vida política, envuelta toda en lejanía y misterio, cada vez más extraía, mas demoníaca su figura. Así me decidí a escribir, casi sin proponérmelo, por pura complacencia psicológica, la historia de José Fouché, como aportación a una biografía que estaba sin hacer y qué era necesaria: la biografía del diplomático, la más peligrosa casta espiritual de nuestro contorno vital, cuya exploración no ha sido realizada plenamente.



Una biografía así, de una naturaleza perfectamente amoral, aún siendo, como la de José Fouché, tan singular y significativa, me doy cuenta de que no va con el gusto de la época. Nuestra época quiere biografías heroicas, pues la propia pobreza de cabezas políticamente productivas hace que se busquen más altos ejemplos en los tiempos pasados. No desconozco de ninguna manera el poder de las biografías heroicas, que amplifican el alma, aumentan la fuerza y elevan espiritualmente. Son necesarias, desde los días de Plutarco, para todas las generaciones en fase de crecimiento, para toda juventud nueva. Pero precisamente en lo político albergan el peligro de una falsificación de la Historia, es decir: es como si siempre hubiesen decidido el destino del mundo las naturalezas verdaderamente dirigentes. Sin duda domina una naturaleza heroica por su sola existencia, aún durante decenios y siglos, la vida espiritual, pero únicamente la espiritual. En la vida real, verdadera, en el radio de acción de la política, determinan rara vez -y esto hay que decirlo como advertencia ante toda fe política- las figuras superiores, los hombres de puras ideas; la verdadera eficacia está en manos de otros hombres inferiores, aunque mas hábiles: en las figuras de segundo término.


De 1914 a 1918 hemos visto como las decisiones históricas sobre la guerra y la paz no emanaron de la razón y de la responsabilidad, sino del poder oculto de hombres anónimos del más equívoco carácter y de la inteligencia más precaria. Y diariamente vemos de nuevo que en el juego inseguro y a veces insolente de la política, a la que las naciones confían aún crédulamente sus hijos y su porvenir, no vencen los hombres de clarividencia moral, de convicciones inquebrantables, sino que siempre son derrotados por esos jugadores profesionales que llamamos diplomáticos, esos artistas de manos ligeras, de palabras vanas y nervios fríos. Si verdaderamente es la política, como dijo Napoleón hace ya cien años, la fatalití moderne, la nueva fatalidad, vamos a intentar conocer los hombres que alientan tras esas potencias, y con ello, el secreto de su poder peligroso. Sea la historia de la vida de José Fouché una aportación a la tipología del hombre político.








En 1750 se abrio la Regencé. Allí se dieron cita, , afamados cultores del juego ciencia, así como la más amplia gama de intelectuales, científicos, filósofos, políticos, estadistas, escritores ; atraídos todos por la fascínate y envolvente actividad del ajedrez. Fouché y Napoleón fueron visitantes más o menos habituales de la Régence.






Son muchos los observadores de la tendencia del emperador a rascarse en momentos de nerviosismo. La mano de Napoleón acudía preferentemente a la cicatriz de una vieja herida, en la que ocasionalmente se hacía sangre. Una de las interpretaciones de la típica postura de su mano dentro de la casaca, entre dos botones, es que la aprovechaba para calmar disimuladamente el picor de la piel. Otros la atribuyen al intento de aliviar con el calor de la mano el dolor epigástrico.





Sinfonía nº 3, “Eroica” de Beethoven.



La sinfonía Eroica de Beethoven llevaba como título Buonaparte hasta que Napoleón se coronó emperador, hecho que decepcionó gravemente al compositor, quien rompió la dedicatoria en uno de sus habituales gestos iracundos y dijo: “Entonces, ¿no es más que un ser humano corriente? Ahora también pisoteará los derechos humanos y se abandonará únicamente a su ambición. ¡Se ensalzará a sí mismo sobre los demás, convirtiéndose en un tirano!”.


Wolfgang von Kempelen (1734-1804) elector húngaro en Viena. “El Turco” fue construido en 1769, precisamente el año en que nació Napoleón, para entretener a la corte de la emperatriz María Teresa, después de tres años lo desmanteló y permaneció almacenado hasta 1873 en que Maelzel lo compró y lo volvió a montar. También inventó una máquina que, mediante un mecanismo de fuelles, imitaba la voz humana.








Maria Walewska

La patriota polaca


El padre de Maria había sido un valeroso noble polaco, María pasó la infancia con su madre y cinco hermanos en Kiernozia, «una gris residencia poblada por murciélagos» entre propiedades hipotecadas. Después de recibir lecciones en el hogar de Nicolás Chopin fue el padre del inmortal músico Federico.

Nicolas fue un campesino lorenés, políglota y violinista, llegando en 1787 a Varsovia, destinado a involucrarse en las rebeliones por la libertad de Polonia y a ser preceptor de la mítica María Walewska. Un campesino de vida novelesca.






Napoleón Bonaparte tuvo muchas amantes, entre ellas una inteligente y muy ambiciosa mujer llamada Pauline Bellisle Foures, quien (vestida de hombre y con uniforme de soldado francés) acompañó a su esposo como parte de las tropas francesas a la conquista de Egipto. Llegando a Alejandría, la joven dio a conocer su identidad y comenzó a vivir tranquilamente con su esposo, al que allí mismo abandonó al comenzar un romance con el general Bonaparte. Delgada, rubia y muy atractiva, el propio Bonaparte la llamaba ‘su Cleopatra francesa’ Instalada en una villa en la plaza Esbekiya— por dos años mantuvo su affair con Napoleón. Este parecía muy enamorado de ella y la hacía creer que se convertiría en su favorita y que la llevaría con él, a su regreso a Francia.

Un buen día Napoleón, quien ya estaba casado con Josefina, decidió abandonar Egipto y borró de un plumazo el gran romance con Pauline. Esta quedó muy sorprendida, pues Napoleón le había prometido divorciarse de Josefina y casarse con ella.

A Pauline se le prohibió viajar en cualquier barco que fuera para Francia. Años más tarde, después de un affair con el famoso general Kléber, Pauline pudo regresar a su país, aunque después decidió marcharse a Brasil, donde comenzó un negocio de exportación de maderas.


En 1837 regresó a París y murió a los 91 años, después de haber escrito tres novelas, convertirse en pintora, concertista de arpa y vivir rodeada de monos en un pequeño apartamento.






Apertura Napoleón


Para Stendhal, contemporáneo y biógrafo de Napoleón, en el capítulo que trata del arte militar, dice que: “para un general en jefe la guerra es un juego de ajedrez”. El entusiasmo, el valor, quedan para los soldados, para los oficiales, el general en jefe no puede permitirse “atender a medias a su juego de ajedrez, necesita una extremada atención a la partida”.


http://es.wikipedia.org/wiki/Apertura_Napole%C3%B3n


Cuando Forshufvud -que además de gastroenterólogo era también toxicólogo- revisó las memorias escritas por Marchand, el leal sirviente que acompañó a Napoleón en Santa Helena. Analizando los síntomas descritos por Marchand sobre la salud de Napoleón, el doctor sueco encontró similitudes entre los síntomas y los efectos de un envenenamiento por arsénico, gracias a su propiedad inodora e insípida, se disimulaba fácilmente en bebidas y comidas. Ese fue el primer apronte.

El siguiente tiene relación con las investigaciones del mismo Forshufvud y un toxicólogo forense inglés de Glasgow, Hamilton Smith, sobre la capacidad que tiene el cabello para registrar y guardar los minerales y los tóxicos que han entrado a un organismo, ya sea si se trata de alguien que ha muerto recientemente o si se trata de alguien muerto un siglo atrás. A partir de esta idea, lo que restaba para verificar las anteriores sospechas de Forshufvud era simplemente encontrar una muestra del cabello de Napoleón.


La búsqueda de los cabellos de Napoleón.La costumbre de guardar cabellos de personajes famosos o de seres queridos luego de su muerte era frecuente en la época, por lo que el objeto de prueba no demoró mucho en aparecer. Así llegó a manos de Forshufvud uno de los cabellos del mechón que había sido cortado por el sirviente Marchand a Napoleón al día siguiente de su muerte, el cadáver de Napoleón Bonaparte fue rapado para la confección de su máscara mortuoria.

La técnica que se usó para descubrir la presencia de arsénico en el cabello cortado por Marchand consistió en un bombardeo de neutrones destinado a activar las partículas de arsénico para así medir la concentración del tóxico. El problema es que, a pesar de descubrir la presencia de arsénico, los datos arrojados pertenecían sólo a una pequeña muestra de cabello y esto les hacía no ser concluyentes.

El siguiente paso, entonces, fue conseguir más mechones de pelo de Napoleón Bonaparte. Así, llegaron los mechones que guardó Noverraz, uno de los fieles sirvientes en Santa Helena, otro mechón lo entregaron los descendientes de Betsy Balcombe, la hija de una familia cuya casa fue la primera en la que se hospedó Napoleón en Santa Elena.

El otro mechón lo recibió Forshufvud en 1970 de un norteamericano que tenía en su poder otro mechón que había pertenecido al conde de Las Cases, acompañante de exilio en los primeros años, y que había sido recogido en uno de los rutinarios cortes de pelo del emperador.

Todas estas muestras fueron sometidas al proceso de bombardeo de neutrones por parte de Forshufvud, confirmando el resultado anterior de una gran concentración de arsénico.Mientras obtenía estos resultados, Forshufvud publicó en 1962 un libro titulado "¿Quién mató a Napoleón?", que se convirtió inmediatamente en el blanco de ataque de historiadores, principalmente franceses.

No sólo miraron con malos ojos que un científico se inmiscuyera en su campo, sino que además rechazaron el peso académico de su trabajo, calificándolo como una mala fantasía literaria de corte detectivesco.

Fue en medio de este panorama que hizo su entrada quien se convertiría en el gran apoyo de los trabajos de Forshufvud: el empresario canadiense Ben Weider (el mismo que en 1995 fundará la Sociedad Napoleónica Internacional). Weider no dudó en darle respaldo al científico sueco en sus investigaciones y, siguiendo de cerca sus resultados, también se aventuró en el mundo editorial, publicando a principios de los años ochenta "El asesinato de Napoleón", fue un autentico éxito de ventas y traducido a 44 idiomas



El Memorial de Santa Elena es una de las varias obras de los Memorialistas de Napoleón, es decir, de varios amigos del emperador que aceptaron compartir el exilio con él y escribieron lo que él les dictó. Algunas de esas obras se publicaron poco después de la muerte del Napoleón. Pero de todas ellas, la que causó más impacto fue el Memorial del conde E. de Las Cases, publicado en 1823.


Idea y recopilación Dr. Gabriel Capó Vidal.




El asesinato de Napoleón


http://napoleon1er.perso.neuf.fr/Esp-Conference2.html

http://inmf.org/walewraconte.htm




Stefan Sweig

http://mdarena.blogspot.com/2010/07/fouche-el-genio-tenebroso-stefan-zweig.html

http://mdarena.blogspot.com/2010/07/fouche-el-genio-tenebroso-stefan-zweig.html




http://www.biblioteca-tercer-milenio.com/sala-de-lectura/Biografias/Fouche.html