Los padres de ajedrecistas, podemos reseñar como nuestros vástagos, dentro de una ronda luchan con tesón, con inteligencia, empleando todos sus recursos intelectivos. Después, nos dan la más admirable de las lecciones, sus “enemigos” en realidad son, sus más grandes amigos. Finalizada la partida, los más chiquitines esbozan una gran sonrisa y corren al lado de su camarada. Juntos abrazados, transitan alegres, colmados de alegría y de optimismo. Los de más edad los encontramos riendo, en una charla amena, compartiendo sus mutuos intereses.
El ajedrez significa para el niño: el gran valor de la colaboración de las diversas piezas dentro del tablero. En sus vidas; el gran valor de la cooperación y convivencia con sus compañeros. Ambas figuras en este ámbito de su infancia feliz establecerán en su venidero existir; la lucidez, la madurez.
Algunos padres, aún no perciben que sus hijos juegan dentro de la competición con personales y diferentes tensiones. Algunos padres agregan una más: (concientes o no de ello) su presencia durante todo el lapso de la ronda, que ejerce un apremio extra, en contra de los mismos resultados deportivos que esperan de ellos. Se podrá argüir que su estar ahí, obedece a un fin, el de un refuerzo espiritual. Pero es debatible si permanecer observando todo el tiempo el juego del niño, no pone en duda el principio de confianza en la determinación de las propias decisiones de sus retoños.
La guía del padre que siempre exige del hijo el primer lugar, desvalorizando el segundo sitio o los subsiguientes ¿es la adecuada? Los padres que se disgustan cuando su hijo “pierde” ¿pensaran que sus hijos libraron una batalla, con un enemigo, con el entrenador adversario, con el progenitor de recién vencedor o meditan que en el intervalo del combate, sus vástagos pusieron a prueba una serie de conocimientos y experiencia (donde también el factor suerte cuenta y pesa) con un apreciado compañero, igual de competente?
Se sabe del instructor que intenta sembrar rencores inconciliables entre los niños y jóvenes pertenecientes a los distintos clubes, provincias ó ligas pretendiendo propagar animosidades dentro de los niños y los jóvenes. La sabiduría centinela innata que otorga únicamente la niñez, rechaza esta estratagema.
El juego ciencia tiene un rasgo de lucha por la victoria, una satisfacción para el amor propio, pero no lo es todo, esencialmente el ajedrez introyecta en los niños y amplía numerosas cualidades: Los niños se responsabilizan de sus actos, del desarrollo particular de su pensamiento, gozan de una mayor seguridad en su imaginación, en su creatividad y en la originalidad de su pensamiento. La derrota dentro del juego ciencia no admite dentro de los amigos ajedrecistas el desprecio o el menoscabo del otro, porque distinguen, por haberlo vivido los espejismos, que ocurren en los arenales del tablero.
Medítese, sí las irreflexivas exigencias de algunos adultos, van en perjuicio de la naturaleza de los infantes, transfigurando el valor de confraternización que brinda el ajedrez y su mérito social, que es la convivencia, la cordialidad, la tolerancia, la entereza, la armonía, la rectitud, la gallardía, la cortesía, la rectitud y el respeto a la diversidad.
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